El diagnóstico de las enfermedades hepáticas
El diagnóstico precoz de las enfermedades hepáticas es crucial para que no evolucionen, eventualmente, a cáncer de hígado. Generalmente, estas patologías, en sus fases iniciales, son asintomáticas, y suelen descubrirse por alteraciones en analíticas rutinarias; en especial, alteraciones en los valores de las transaminasas. También tiene una gran importancia para el diagnóstico la historia clínica del paciente y sus antecedentes personales y familiares.
A grandes rasgos, son cuatro los pilares en los que se fundamenta la detección de una enfermedad hepática: la exploración física y la anamnesis, las pruebas analíticas, las pruebas complementarias o de imagen, y la biopsia hepática.
Exploración física y anamnesis
Los síntomas, el historial clínico, los antecedentes personales y familiares… Todo eso es lo que conforma la anamnesis, los datos que se obtiene del paciente durante la consulta. Ello, unido a la exploración física, que permitirá al o la profesional observar si la persona presenta síntomas visibles (como acumulación de líquido en el abdomen, cambios en la piel…), nos dará la información necesaria.
El examen físico y la información que aporte el paciente son muy valiosos, porque los síntomas de una patología hepática pueden ser muy diversos: desde alteraciones en el color de la orina, astenia o fiebre, hasta prurito (picor generalizado) o ictericia (color amarillento en la piel y/o en el blanco de los ojos).
También es importante en esta fase dar a conocer al profesional los hábitos y el historial familiar, para que pueda valorar, por ejemplo, si se pertenece a un grupo de riesgo de las denominadas hepatitis víricas.
Pruebas analíticas
Ante la sospecha de tener una enfermedad hepática, habitualmente se llevan a cabo las denominadas pruebas de la función hepática, que sirven para evaluar el funcionamiento y la salud general del hígado, mediante la medición de determinadas enzimas y proteínas.
Las causas más habituales de la enfermedad hepática pueden identificarse por la historia clínica o por estas pruebas analíticas, pero a veces también es preciso llevar a cabo pruebas para diagnosticar infección por los virus de las hepatitis, o pruebas inmunológicas, para valorar si se trata de una condición autoinmune.
Pruebas complementarias o de imagen
Son métodos fundamentales para determinar con exactitud el estado del hígado. Las más utilizadas son la ecografía abdominal, la tomografía axial computarizada y la resonancia magnética. Además, en pacientes en los que se sospecha cirrosis, es necesario también realizar una endoscopia.
Otras pruebas de imagen a realizar, más específicas, pueden ser la colangiopancreatografía por resonancia magnética (CPRM) o la colangiopancreatografía retrógrada endoscópica (CPRE).
Biopsia hepática
Durante muchos años, la biopsia hepática ha sido la prueba más eficaz para evaluar e identificar el daño del hígado, así como su causa. Consiste en una punción del hígado con una aguja especial, con el objetivo de extraer un pequeño fragmento que posteriormente se analiza, y se toma así como representativo del estado del hígado en general.
Sin embargo, actualmente la comunidad médica busca métodos alternativos no invasivos en la medida de lo posible, por ejemplo, para evaluar la fibrosis en el hígado. Una de ellas es la elastografía, que mide la rigidez del órgano.
Como señala el National Cancer Institute del Gobierno de Estados Unidos, si se diagnostica cáncer de hígado, el pronóstico y el tratamiento que el médico proponga para el paciente dependerán de tres factores: estadio del cáncer, grado de afectación del funcionamiento del hígado, y estado de salud general de la persona.
*Este artículo se ha elaborado gracias a la información aportada por la Asociación Española para el Estudio del Hígado en su libro Enfermedades hepáticas. Consejos prácticos.