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La cicatriz que deja el trasplante de hígado

 

  • Una cicatriz siempre cuenta una historia. La del trasplante de hígado es la evidencia visible de una lucha, un renacimiento y una segunda oportunidad.
  • Aunque con el tiempo su apariencia puede suavizarse, su significado permanece impreso en la piel y en la memoria de quien la lleva.

El cuerpo afronta el trasplante como un evento traumático, una batalla quirúrgica donde la cicatriz es el estigma más tangible. La incisión, generalmente en forma de “L” invertida o de “Mercedes” sobre el abdomen, es el testimonio de un proceso complejo que ha permitido recuperar la vida. A medida que sana, la piel recuerda la intervención a través de cambios en la textura y el color, a veces con molestias que persisten y otras con una adaptación progresiva que la vuelve menos prominente. El tiempo, los cuidados y la respuesta del organismo influyen en su evolución, pero su presencia es inevitable, como una firma imborrable de la ciencia y la resistencia humana.

Sin embargo, el impacto del trasplante va más allá de lo físico. La cicatriz es también un reflejo de la experiencia emocional que conlleva recibir un nuevo órgano, de la incertidumbre, el miedo y la esperanza vividos en el proceso. Para algunos, es un símbolo de orgullo, una prueba de fortaleza que muestra al mundo la superación de un desafío. Para otros, es un recordatorio constante de la fragilidad y la dependencia de la medicación inmunosupresora, un detalle que los hace revivir la angustia de la enfermedad y la cirugía.

Aceptar la cicatriz implica un proceso de reconciliación con el propio cuerpo. No es solo una cuestión estética, sino también psicológica. Algunas personas atraviesan momentos de inseguridad, evitan mirarse en el espejo o cubrirse en situaciones cotidianas como la playa o el gimnasio. La autoimagen cambia, y con ella, la relación con uno mismo. En este camino, el apoyo emocional se vuelve esencial: la comprensión de seres queridos, la orientación de profesionales y la conexión con quienes han vivido experiencias similares pueden transformar la percepción de la cicatriz en algo más que una marca física.

El trasplante no solo devuelve la vida, sino que la redefine. La cicatriz deja de ser solo una herida cerrada para convertirse en un testimonio de resistencia. Con el tiempo, algunos la ven como una condecoración ganada en la batalla por la supervivencia, otros como un símbolo de gratitud hacia el donante que hizo posible esa segunda oportunidad. En cualquier caso, es un rasgo que marca, pero que no limita; una historia escrita en la piel que sigue evolucionando con cada día vivido.

En nuestro canal para gente joven trasplantada, Hepatozetas, abordamos la cicatriz de la mano de Patricia Olivera, estudiante de fisioterapia y trasplantada de hígado que formó parte del primer Encuentro de Hepatozetas.


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